FINALISTA I CERTAMEN CALLE RUNNING DE VALLADOLID 2021
Finalista en el I certamen Calle Running de Valladolid
Muy contento al enterarme de la noticia. Aquí os dejo el relato con el que logré el citado reconocimiento y la posterior publicación en el número 74 de la revista digital Calle running.
I CERTAMEN LITERARIO CALLE RUNNING
RELATOS FINALISTAS
En este número de la revista publicamos dos de los relatos
finalistas de nuestro certamen
literario, escritos por Miguel Andrés
Calle Sempere y César García
García.
EL FARTLEK DE LA VIDA
Miguel Ángel Andrés Calle Sempere
Eterno adalid del atletismo patrio, primero perdió el fondo, posteriormente la técnica y, fInalmente, los amigos. Era castellano, pucelano para más señas, de esos que siempre están a diez minutos andando de todo. Espoleado por la pobreza familiar, se vio abocado al abandono de los estudios y tuvo que dedicarse a la dura faena de basurero. Finalizada la jornada, luego de doblar la cerviz en benecio del prójimo, se bajaba del camión en los aledaños del paseo de Zorrilla donde había establecido su línea de salida. Mientras Valladolid dormía, en connivencia con el silencio y la fresca, daba rienda suelta a la mayor de sus pasiones: correr. Una forma como otra cualquiera de evadirse de una monotonía que se antojaba duradera.
Obsesionado con los campeonatos de España, se subyugó a un entrenamiento espartano.
Tal era la conanza depositada en sí mismo, adoptó la insana costumbre de correr descalzo. Rara era la semana que
no acabara con
los gemelos sobrecargados o quejas de los tendones
de Aquiles. El asfalto era duro, la dieta también. Tenía que ajustar
el peso ante el mayor
enemigo de un fondista: la báscula. La primera damnicada de aquella aventura
fue la novia de toda la vida,
sintiéndose traicionada por unos entrenamientos con los que no podía opositar y un grupo de runners que no
dejaba de cortejar al que fuera su gran amor.
Llegó el día de la carrera y triunfó, logrando la medalla de oro con varios cuerpos de ventaja sobre el resto de participantes, casi sin esfuerzo. Campeón nacional más joven de la historia, por aquello de que las gestas merecen el reconocimiento debido, no tardó mucho en recibir la llamada de las grandes citas y las marcas publicitarias.
Se estaba convirtiendo en el ombligo del mundo, hasta que la vida le hizo una peineta…
La quedada mañanera del domingo se presentó envuelta en niebla. Señalados por el origen genético para destacar entre los ases del running sus compañeros de ruta eran enormes sufridores y mejores personas. Uno veterano olímpico, oculto bajo unas gafas de sol aerodinámicas y unas mallas de corte pirata, las hernias de disco y las ampollas no tenían secretos para él; el resto, liebres al servicio de quien tuviera la osadía de afrontar marcas personales.
Apenas habían calentado la suela de las zapatillas cuando el chirrido de las
ruedas de un coche de alta gama amenazaba con arrollarlos. Un acelerón, al máximo de potencia junto con la fuerza centrífuga, hizo el resto. El vehículo se enló hacia el innito con cuatro adornos en el capó a modo de emblemas de escudería. Paradojas de la vida, una barrera de contenedores repletos de bolsas de basura, junto con un semáforo mal plantado, no fueron sucientes para amortiguar la tragedia.
Entre restos de vehículo y mobiliario urbano, sumados a varias penínsulas de sangre, yacían a la espera de un auxilio que no tardó en llegar. Aún así, tuvo tiempo de echar un vistazo a su maltrecha anatomía, digna de un desguace: caderas quebradas, tobillos desarticulados y qué no decir de unas piernas que, momentos antes, lucían poderosos músculos aguijoneados después por poderosas esquirlas.
El último en rendirse fue el campeón quien, con la mirada perdida hacia el innito, balbuceaba una lección póstuma:
"Corre, amigo mío, sigue corriendo. Yo seguiré haciéndolo en el más allá".
Vuelto su rostro al suelo, unas lágrimas asomaron en sus ojos y se dijo a sí mismo
que era mejor abandonarse. Mientras tanto, el único superviviente se sentía con la incredulidad del espectador ante la muerte que nada puede hacer más que dejarse llevar por el drama de los acontecimientos.
Los meses pasaron, la angustia no. Pese a todo, trató de cumplir la última voluntad de aquel héroe y se dispuse a recuperar el ritmo de entrenamientos pretéritos. El cuero viejo en que se había transformado su piel empezó a expulsar el sobrante de grasa junto con los kilos de más, huyendo por el castigo al que estaban siendo sometidos. Finalmente, logró el estado de forma óptimo para afrontar un nuevo reto: la maratón de Valladolid.
Llegó el gran día y ocupó el lugar en la línea de salida, junto al resto de acionados quienes, nerviosos por cumplir su sueño, se repartían codazos mientras eran arropados por el fervor popular.
No venía a cuento la cadencia, ni la marca, tampoco el muro del kilómetro treinta y dos. Lo verdaderamente importante era alzar los brazos en la llegada junto al resto de valientes.
La alcaldesa fue la encargada de dar el pistoletazo de salida.
-¡Tres, dos, uno… ADELANTE!
Allí estaba él, entre los mejores de la categoría, luchando por alcanzar la meta a lomos de su silla de ruedas.
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